El Labrador: homenaje mural a quienes sembraron nuestra tierra

Una mirada al origen

En el lateral del edificio situado en la calle Pizarro, 19, justo en la intersección con calle Alameda, encontramos el mural El Labrador, una obra que rinde homenaje a la esencia más humilde y trabajadora de Aranda: la tierra y quienes la han cultivado.

Fue creado en el año 2018 por el artista local Nano (Fernando Arribas Lázaro), como parte del proyecto artístico que ha llenado de vida y significado los muros del barrio de Santa Catalina.

Un guiño a los de siempre

Este mural no necesita palabras grandilocuentes para emocionar. Es un reconocimiento silencioso pero profundo a generaciones de labradores que trabajaron estas tierras mucho antes de que Santa Catalina se convirtiera en el barrio que conocemos hoy.

El barrio, de hecho, se asienta sobre lo que durante siglos fueron tierras de labranza. Este mural conecta directamente con ese pasado, con los surcos, los arados y el trabajo diario que construyó los cimientos de la comunidad.

Una figura con fuerza y dignidad

Nano representa a un labrador castellano con todo lo que eso implica: fuerza, sencillez, conexión con la tierra. La figura, de porte firme y gesto sereno, parece fundirse con el paisaje, como si fuera una extensión más del propio terreno.

Es una imagen que habla sin gritar, que emociona sin artificios, y que pone en valor oficios que, aunque ya no sean tan visibles, siguen siendo parte de nuestra identidad.

Referencia a la antigua tejera

Además del tributo a los agricultores, el mural también recuerda otro elemento histórico del barrio: la tejera que en su día estuvo ubicada en esta zona. La fabricación de tejas fue una actividad fundamental en Santa Catalina durante años, y formó parte de su carácter trabajador y productivo.

Así, el mural no solo rinde homenaje a quienes cultivaron la tierra, sino también a quienes la moldearon, ladrillo a ladrillo.

Estilo y técnica

  • Nano emplea un estilo sobrio pero expresivo, donde cada trazo transmite respeto y memoria.
  • El uso de colores terrosos refuerza la conexión con el campo y sus texturas.
  • La figura del labrador ocupa un lugar central, casi totémico, como si protegiera el barrio desde su mural silencioso.

Curiosidades

  • El mural “El Labrador” es especialmente querido por los vecinos mayores del barrio, muchos de los cuales se reconocen en esa historia de esfuerzo, campo y comunidad.
  • Algunos detalles sutiles del mural, como las herramientas o los gestos del protagonista, provocan conversaciones entre generaciones sobre cómo era antes la vida en Santa Catalina.
  • Aunque es una de las obras más discretas en color, es de las más profundas en simbolismo.

Un legado en cada surco

El Labrador no solo embellece una fachada: honra un modo de vida, una forma de entender el esfuerzo y una conexión con la tierra que no debería olvidarse. Es una invitación a recordar que, antes de los coches, los bloques y los parques, aquí hubo manos que sembraron, recogieron y levantaron el barrio desde la raíz.

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